domingo, 1 de diciembre de 2013

ANTONIO PIERA, IN MEMORIAM.






Militante de causas perdidas, músico de las Madres del cordero, representante artístico (de Aute, entre otros), periodista (de mil publicaciones), vendedor (de mil inventos), maquetista (de casi todo), agitador cultural y político (donde fuera, siempre en un extremo pese a su natural abierto y tolerante)...

Lo fue todo el Gran Piera, un vividor como no he conocido otro, un bohemio radical.

Tuve la enorme suerte de hacerme su amigo hace quince años en una extraña revista, Artículo 20, disparatada, autodestructiva y genial, donde aprendí todo el periodismo que sé gracias a tipos como él, —y a él le dediqué, por su generosidad, por sus consejos, por su paciencia, por su amistad, en fin, mi cuarta novela— y me agarro a esa suerte ahora que se ha ido. Una suerte que no es otra que un ejemplo que vivirá en mí el resto de mis días. Su ejemplo de alegría, de carisma, esa manera entre irónica e ingenua de estar en el mundo, la facilidad para entusiasmarse como si fuera un niño grande incluso en las situaciones más adversas —aún lo veo paseando con el pijama puesto por el pasillo del hospital, con su voz alegre y siempre audible, transportando la pértiga del suero fisiológico como si fuera el bastón de Gandalf un día lejano tras su primer susto hospitalario. Era un personaje de novela, bondadoso e inteligente, pero a la vez incapaz de controlar su naturaleza aventurera y propicia a los riesgos, un personaje que no escribía novelas —aunque también escribió alguna—, sino que las protagonizaba. Le decían que no fumara y ahí estaba él, apurando la última calada de sus cigarrillos negros, viviendo, narices, y bromeando con los camareros, pidiendo más cerveza —hay un agujero en la copa, decía—. Aún veo esos ojos siempre abiertos, ávidos de historias, de mujeres, de fútbol, de vida, aún siento su presencia cariñosa; ahí está el carismático Piera, grande de estatura y corazón, transformado en un ejemplo que permanecerá en quienes le conocimos al lado de Patty, otra persona excepcional.

Qué grande has sido, amigo Piera, dan ganas de creer en el Cielo, porque te corresponde un lugar ahí arriba, te lo aseguro.

Eras ateo de verdad, pero creo que te habría gustado leer esto, y a lo mejor hasta te habría emocionado (tu corazón se fijaba más en el fondo que en la forma).

Y te corresponde otro lugar aquí abajo, amigo, en el corazón de los que te queremos, maestro, con tu entrañable ejemplo terrenal y vitalista.  

Hasta siempre, Gran Piera. Hasta siempre, Antonio.